domingo, 2 de mayo de 2010

Con motivo de la información divulgada en “europapress.es” relacionada con lo tratado en el II Congreso Iberoamericano sobre el Síndrome de Down, acontecido en Granada, Andalucía (España) en el que se pide “acabar con la sobreprotección tanto familiar como institucional de los jóvenes con este trastorno genético y promover su educación sexual que favorezca su "desarrollo personal",

Esta demanda publicitara genera en mí el siguiente comentario:

La anomalía genética causa del fenotipo que caracteriza e “identifica” al “mongólico” -permitidme que hable claro- le estigmatiza socialmente, y esta “marca” genera en los demás, “ilusos inmunes”, una señal de precaución ( ) incluso para algunos de peligro ( ), viniendo a “montar” una “preelaboración mental” generalizada, de prejuzgadles “como cada uno queramos”, pero en general de “torpes”. Nuestro mundo de apariencias genera que juguemos con las apariencias y así como quien juega al escondite, unos son de los que “caen” y otros de “los que nos la dan de pega”.

En el ámbito escolar se concibe la educación como el “montaje o andamiaje” para provocar en el alumno/a -sea cual sea- el desarrollo máximo de las “capacidades … (sin revolver mucho y de lo más reciente, lo que se refleja en la Orden de 25 de julio de 2008, artículos 2, punto 8 …) Que la actuación es conjunta con los padres y con cuantas instituciones suman su trabajo con ellos ya en la esfera privada o pública, es un hecho pero en cuanto que las “decisiones son fundamentalmente familiares” –por supuesto- queda en este ámbito el peso fundamental de ese “desarrollo máximo de capacidades”. Este crecimiento no es ni armónico ni máximo, en muchos casos.

La sobreprotección por el excesivo mimo y “suplantación de identidad”, así como un cierto determinismo, por el cansancio y la confusión que el trastorno provoca en los padres, los cuales se encuentran “sin referentes” ya que sus hijos no son como los demás, y esta diferencia no se acepta como tal sino que se camufla, incurriendo en contradicciones. Se quiere que “haga lo que los demás” y así, que vaya al colegio del barrio, que haga la “1ª Comunión”,…(completamente de acuerdo en este aspecto socializador) pero luego aparece la vena “proteccionista” y reclaman las ayudas diferenciadoras. Y estas ayudas diferenciadoras que deben ser provisionales, se vuelven permanentes.

No puedo afirmar categóricamente nada porque cada caso es único, pero si es fácilmente observable una tendencia, que es a la que me refiero. Quienes trabajamos con el alumnado encontramos lastres familiares que se hallan añadidos a los propios del trastorno, síndrome,… A veces a nivel de asociaciones hacen un “nicho ecológico” que muchas veces prolongan la “inmadurez”. El tutelaje no puede privar de las necesidades “humanas”; pero si envolvemos al enfermo de infantilización “emocional” entonces ya puede “justificar” el entorno familiar las reservas “para que no den más problemas”. Los sentimientos son paradójicos.

Es ley de vida que los padres protejan a sus hijos, y a los más vulnerables, más. Lo desacertado resulta que esta protección en extremo, se transforma en incompatible con el generador de autonomía que es la responsabilidad y la asunción de riesgos y sus consecuencias. Esto es válido para todo ser humano y entra en los factores que nos humanizan, la libertad.

Nuestro común esfuerzo ha de ser fomentar por todos los medios la autonomía, para esta autonomía ha de disponer de “orden” en su vida y en su comportamiento, y esto requiere exigencia(auto) y disciplina(auto) porque si realmente reclamamos la integración deben interactuar e interferir sin distorsionar. Siempre partimos del pragmatismo que la integración es una calzada de doble sentido, circulando los derechos y deberes de todos y éstos sin entrar en colisión. Lo que cada uno sea capaz de dar… y también recibir “premios” de la vida” disponer de un espacio y de un tiempo privado para su intimidad.

Yo, cada vez estoy más maravillado y más sorprendido de nuestra “condición humana” – a la par más sensible con el “simplismo”, con lo “cazurro y garrulo”, con la simpleza con la que procesamos cualquier “error genético” -, antes nuestros mecanismos de defensa procesaban “culpabilidad”, culpábamos al que fuera, alguien tenía que responder de este “error” y por esta vía de sacudirnos los frutos aleatorios del azar, no llegamos a ninguna parte.

Los errores y daños que vulneran nuestro estilo de vida son múltiples, pero el que menos digerimos es aquel que se produce en nuestro “proyectos de vida”, sencillamente porque nos frustran, y nos coartan nuestras expectativas “fantásticas” de disfrutar de lo mejor. Necesitamos creer que existen soluciones a nuestros momentos tormentosos. Las sorpresas como los augurios son ambiguas y dependen de cómo lo interpretemos. La interpretación y el procesamiento convierten una misma cosa en positiva o en negativa, en nosotros siempre queda la decisión y asumir las consecuencias

La observación, sempiterna en el pueblo llano, nos lleva a la conclusión de “Genio y figura desde el nacimiento hasta la sepultura”. El que es de un modo, tarde o temprano, manifiesta su modo de ser. Algo parecido nos decía un profesor hace ya muchos años: la educación es una capa de barniz que simplemente da brillo a lo que cada uno es, este hombre hablaba desde la experiencia, él era Pedagogo y en la Psicología oficial era el auge de la Conducta, fuera o no verdad, lo “académicamente correcto” era y solo podía ser, el ambiente, el desencadenante de los actos humanos. Hoy vemos todo lo contrario, la genética nos hace, así según vamos teniendo “explicaciones” así buscamos “soluciones”. Sin embargo no confundamos ambos conceptos, cosa que en la vida diaria sí se hace.

Demos a los “diferentes” los mismos cauces que nos damos los “normales”, porque dentro de la normalidad entramos todos con nuestras diferencias, toleremos nuestra diversidad.

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