Las
palabras refuerzan positiva y negativamente; modelan nuestras conductas,
conjugan nuestra autoestima … También la misma comunicación nos advierte e
inmuniza más allá de las palabras mismas, pues como el contenido y el continente
siempre así nos llegan en dependencia mutua, cada uno aprende y ha de saber
advertido, a cuáles dar validez y crédito.
He aquí una pregunta clave: ¿Hemos de
ofrecer al alumnado un vocabulario reducido a su campo/disponibilidad léxica,
en base a la premisa de que como no aprende, hemos de mantener unos formatos
infantilizados durante toda su vida - ¡Ojo, que esto nos ocurre
a todos, que nos apartamos de lo que no entendemos, porque nos desagrada e
incomoda lo que interpretamos complejo!
–
sin ofrecerles-ofrecernos abrir ventanas a través de las cuales ampliemos
horizontes nuevos?
No olvidemos lo evidente, ¿Por qué aprende
el infante a actuar sino imitando los movimientos, los sonidos, … ya
predispuestos en latencia, pero implícitas? ¿Cómo aprende el infante a hablar
sino porque se le habla? Si modificamos o alteramos los modelos verbales,
aprenderá por exposición, inundación e inmersión, moldes no correctos ni
funcionales. Así que de todos el convencido proceder sin el prejuicio o protección,
para poco a poco el infante absorba las formas que usamos la comunidad hablante
para comunicarse, con la consciencia que mediante el ejercicio y uso del
lenguaje se active su funcion y pragmatismo y así, eso que denominamos “inteligencia”.
Pues al igual que con las palabras, con los conceptos, procedimientos, habilidades
y estrategias …