martes, 31 de marzo de 2020

Una reflexión pedagógica sobre el proceder didáctico






Las palabras refuerzan positiva y negativamente; modelan nuestras conductas, conjugan nuestra autoestima … También la misma comunicación nos advierte e inmuniza más allá de las palabras mismas, pues como el contenido y el continente siempre así nos llegan en dependencia mutua, cada uno aprende y ha de saber advertido, a cuáles dar validez y crédito.


     He aquí una pregunta clave: ¿Hemos de ofrecer al alumnado un vocabulario reducido a su campo/disponibilidad léxica, en base a la premisa de que como no aprende, hemos de mantener unos formatos infantilizados durante toda su vida - ¡Ojo, que esto nos ocurre a todos, que nos apartamos de lo que no entendemos, porque nos desagrada e incomoda lo que interpretamos complejo! sin ofrecerles-ofrecernos abrir ventanas a través de las cuales ampliemos horizontes nuevos?


     No olvidemos lo evidente, ¿Por qué aprende el infante a actuar sino imitando los movimientos, los sonidos, … ya predispuestos en latencia, pero implícitas? ¿Cómo aprende el infante a hablar sino porque se le habla? Si modificamos o alteramos los modelos verbales, aprenderá por exposición, inundación e inmersión, moldes no correctos ni funcionales. Así que de todos el convencido proceder sin el prejuicio o protección, para poco a poco el infante absorba las formas que usamos la comunidad hablante para comunicarse, con la consciencia que mediante el ejercicio y uso del lenguaje se active su funcion y pragmatismo y así, eso que denominamos “inteligencia”. Pues al igual que con las palabras, con los conceptos, procedimientos, habilidades y estrategias …

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